Al pucho y al café, gracias. 

No puedo dormir. Quiero fumar un pucho. Sí, un puchito y un café, como debe ser. Un puchito y un café para matar la ansiedad de las tres de la mañana. Eso necesito, aunque no fumo y tampoco me gusta el café.

Salgo de la cama y meto los pies en las pantuflas. Son pantuflas de supermercado. Pienso en todo lo que podés saber de una persona con tan solo conocer sus pantuflas.

Están las pantuflas burguesas, esas de seda que se lucen con un robe de chambre también de seda. Pantuflas burguesas para pies burgueses, de uñas pintadas y suela de seda. Pies que desconocen el roce la roca filosa, pies que jamás conocieron ni conocerán el dolor de un dedo chiquito quebrado por pagar el precio de la torpeza… con intereses.

Las mías son pantuflas de supermercado y, dentro de ellas, mis pies no burgueses me llevan hasta el auto. Aunque no fume y, aunque no tome café, estoy dispuesta a emprender la aventura de ir por ellos en la soledad de las tres de la mañana. Estoy más que dispuesta. Tengo puesta una remera que fue expatriada de la sección de remeras de mi placard para construir un nuevo hogar en la sección de “pijamas”. No es de seda, pero sabe cómo llenar de colores el lienzo en blanco de un nuevo estante.

La remera, ahora pijama, es larga pero no lo suficientemente larga para que sea políticamente correcto usarla sin nada abajo. Salir a la calle con esa remera y de pantuflas nada tiene de socialmente aceptable. Pero, cuando pica la ansiedad y son las tres de la mañana, nada de eso parece importar.

Pongo un cassette de JJ Cale en la radio del Fiat 1500 que supo ser mi primer auto. Él y su caja de cuatro cambios. Él y sus asientos de cuero negro que abrazan y compensan así la pobre amortiguación de su andar. Suena Call the doctor y el motor ruge las cuatro mil vueltas que le hago dar. Todo sea por un pucho y un café.

Doy muchas vueltas y escucho unos cuantos temas en busca de ellos. Pero son las tres de la mañana y, desde que emprendí esta aventura, siempre supe que nunca llegarían. Ni el pucho, ni el café. También supe que sería suficiente el sentido de dirección que me daba su búsqueda para calmar la ansiedad de las tres de la mañana.

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