Como las demás, ridícula

Me pregunto si alguna vez te escribieron una carta de amor. Me pregunto por qué no lo hice yo antes. Antes ahora, y antes antes. Una carta de amor no es un compromiso dibujado en piedra. Es una estela sobre agua, la caricia de algo que es y pide ser dicho, sin aspirar a más. Quizá no pase a la historia, pero en ese instante cobrará la fuerza para existir, en sutilezas, para siempre.

Cuánto se pierde en no decir. Qué poco se encuentran cuerpo y alma tan naturalmente, con otro cuerpo, otra alma, una misma cosa que se olvidó su origen común. Qué poco se da que lo sutil y lo material dejen a un lado sus diferencias y hablen el mismo idioma, en silencio, sin palabras. El agua responde al tacto acomodando su paso igual que mi cuerpo responde a tu tacto, sabe hacia dónde ir para encontrarte. Y el tuyo…

Qué regalo navegar los mundos invisibles con vos, las fuerzas sin nombre que modifican la forma que toman las cosas, que tomamos nosotros. Qué lindo verme en tus ojos y ver cómo te ves en los míos. Sanando en cada mirada, cada caricia, todo el desamor. Pasado, presente y futuro. Qué alivio ser visto por lo que uno es, por lo que siempre fue. Salir del olvido.

Sigo el impulso de encontrar tu piel, lo dejo tomar riendas y guiarme hasta allí, dejando la cabeza estacada en algún otro lugar lejos del nuestro donde no pertenece. Lejos del fuego que es centro de un hogar cálido y fugaz. Somos el cometa que llena de luz una noche oscura de invierno: inesperado, mágico, real hasta sacudir los huesos.

Esta estela escrita en agua desconoce el frío de la piedra. En su liviandad contiene todo lo que es y siempre será.

 

 

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que no escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.

– Fernando Pessoa

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